Mi vida estaba espiritualmente muy mal. No podía
dormir, tenía mucho nervosismo, y mis hijos de tan mal que estaban se
refugiaban en el alcohol. Había muchas peleas en mi casa, y a veces yo golpeaba
a mis hijos. Cuando empecé a venir en esta Iglesia, mis hijos de despreciaron y
me maltrataban. Ellos creían que yo me iba de esta Iglesia, porque yo siempre cambiaba
de Iglesia, pues no me sentía bien en las otras Iglesias. Pero desde que
encontré a Dios, estoy bien día tras día. Ahora mis hijos me buscan, y tenemos
unión. Ya no hay peleas en la casa, hay paz. Ya puedo dormir bien, y sé que en
esta Iglesia está Dios. Aquí yo encontré la paz que yo necesitaba. Una paz que
lo buscaba en otras congregaciones, pero nunca lo he encontrado, como lo
encontré en la Iglesia universal. Estoy muy feliz aquí.
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